Reflexión por: Revda. Betsey Moe
Mayo 2024

Lectura 1: Génesis 11:1-9

La torre de Babel

En aquel tiempo todo el mundo hablaba el mismo idioma.Cuando salieron de la región oriental, encontraron una llanura en la región de Sinar y allí se quedaron a vivir. Un día se dijeron unos a otros: «Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos en el fuego.» Así, usaron ladrillos en lugar de piedras y asfalto natural en lugar de mezcla. Después dijeron: «Vengan, vamos a construir una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo. De este modo nos haremos famosos y no tendremos que dispersarnos por toda la tierra.» Pero el Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y pensó: «Ellos son un solo pueblo y hablan un solo idioma; por eso han comenzado este trabajo, y ahora por nada del mundo van a dejar de hacerlo. Es mejor que bajemos a confundir su idioma, para que no se entiendan entre ellos.» Así fue como el Señor los dispersó por toda la tierra, y ellos dejaron de construir la ciudad. En ese lugar el Señor confundió el idioma de todos los habitantes de la tierra, y de allí los dispersó por todo el mundo. Por eso la ciudad se llamó Babel.

 

Lectura 2: Hechos 2:1-13

La venida del Espíritu Santo

Cuando llegó la fiesta de Pentecostés, todos los creyentes se encontraban reunidos en un mismo lugar. 2 De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. 3 Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. 4 Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran. 5 Vivían en Jerusalén judíos cumplidores de sus deberes religiosos, que habían venido de todas partes del mundo. 6 La gente se reunió al oír aquel ruido, y no sabía qué pensar, porque cada uno oía a los creyentes hablar en su propia lengua. 7 Eran tales su sorpresa y su asombro, que decían: —¿Acaso no son galileos todos estos que están hablando? 8 ¿Cómo es que los oímos hablar en nuestras propias lenguas? 9 Aquí hay gente de Partia, de Media, de Elam, de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, del Ponto y de la provincia de Asia, 10 de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia cercanas a Cirene. Hay también gente de Roma que vive aquí; 11 unos son judíos de nacimiento y otros se han convertido al judaísmo. También los hay venidos de Creta y de Arabia. ¡Y los oímos hablar en nuestras propias lenguas de las maravillas de Dios! 12 Todos estaban asombrados y sin saber qué pensar; y se preguntaban: ¿Qué significa todo esto? 13 Pero algunos, burlándose, decían: —¡Es que están borrachos!

Por lo general, cuando escuchamos la historia de la Torre de Babel, pensamos en el castigo de Dios sobre las personas que intentaban sobrepasar sus límites. La gente de Babel había deseado muchísimo lograr juntos algo significativo: construir algo y ser recordados por ello. Sin embargo, como habían querido preservar su vida comunitaria independiente de Dios, Dios “los esparció sobre la faz de la tierra”. Lo que ocurrió en Babel fue, en muchos sentidos, una extensión de la misma triste historia que comenzó en los primeros capítulos del Génesis. Adán y Eva afirmando su independencia y acabando distanciados el uno de la otra, cubriéndose y sintiendo vergüenza. Caín afirma su independencia matando a su propio hermano y queda alienado y solo, un vagabundo en la tierra. Babel es una imagen de esta misma alienación que explota hasta convertirse en un fenómeno mundial. La gente ahora hablaría en distintos idiomas, formaría culturas distintas y pensaría en paradigmas distintos, incapaces de comunicarse de manera significativa.

Pero tal vez deberíamos considerar otra posibilidad.

Quizás, cuando Dios diversificó al pueblo de Babel, Dios estaba creando un ambiente para una comunidad más profunda. Quizás la diversidad fue un regalo de Dios que ayudaría a las y los humanos a mirar más allá de sí mismos y de su propia experiencia. Después de Babel, la unidad no sería posible a menos que la gente estuviera dispuesta a aprender el idioma de la otra persona. La unidad sólo llegaría cuando la gente entrara plenamente en la experiencia extraña de la “otra”, en la experiencia de personas diferentes a ellas y ellos.

¿Qué pasaría si la dispersión de Dios en Babel no fuera un castigo en absoluto, sino un acto de gracia? ¿Qué pasaría si la dispersión de Dios en Babel fuera el comienzo de la redención?

Justo después de la historia de Babel, en Génesis 12, Dios inició una relación con Abraham y Sara, a quienes bendijo y encargó para ser una bendición para el mundo entero. El pueblo de Dios fue llamado continuamente a recibir al extranjero, la extranjera e incluso a ser transformado por el extranjero o la extranjera. Y luego, Dios vino en Jesucristo, cruzando la frontera entre el cielo y la tierra para aprender el idioma de la humanidad. En su vida, muerte y resurrección, Jesús reveló el deseo de Dios de que la comunidad humana sea plenamente redimida y restaurada. Desde el principio, Dios imaginó una comunidad intercultural formada por personas que hablan diferentes idiomas y piensan en diferentes paradigmas, pero que al mismo tiempo pueden escucharse, comprenderse y valorarse.

Esta redención radical de las diferencias es lo que mejor expresa la historia de Pentecostés. Según esta historia de los Hechos, después de que Jesús murió, resucitó y apareció varias veces, los discípulos y otras y otros nuevos creyentes se reunieron en un solo lugar. Mientras estaban reunidos, el Espíritu Santo vino con poder y comenzaron a hablar idiomas que no eran los propios. Había allí una gran multitud judía, formada por gente de todas partes del lugar, y escucharon acerca de los hechos de poder de Dios en sus propios idiomas nativos. En esta reunión de Pentecostés, Dios les dio a los discípulos la capacidad de hablar en idiomas que no eran los suyos, y así los hizo socios de Dios en la obra de la redención.

La historia de Pentecostés es nuestra historia; Dios nos da la capacidad de hablar en idiomas y culturas que no son las nuestras, de salir de nuestra zona de confort y adentrarnos en la experiencia extranjera de la «otra». Es una historia que todas y todos ustedes viven y representan en su trabajo a través de CEDEPCA. Están participando en la comunidad intercultural que Dios imaginó desde el principio. Es trabajo difícil, pero es trabajo alegre.

¡Gracias a Dios!