Arnoldo Aguilar B.
Guatemala 9 de julio 2024
Reflexionamos hoy tomando en cuenta el contexto nacional y global en el que vivimos. Pero reflexionamos también hacia dentro nuestro, poniendo atención a nuestras emociones, especialmente el enojo que muchas veces fluye desde nuestro interior por diferentes circunstancias.
Pero más allá de eso, es importante identificar esa pequeña distancia que existe entre ese enojo que identificamos y el odio como una actitud frente a alguien o frente a un grupo determinado. En aras del “celo por la verdad”, la historia evidencia un sinfín de acciones horrendas en contra de personas o grupos que han sido considerados como una amenaza. Pero ¿son seres humanos el blanco de ese odio? ¿Acaso participan de la misma estructura social a la que se adscriben sus adversarios?
Ese odio es fácilmente perceptible en nuestra sociedad, los homicidios, las torturas, la violencia y la discriminación hablan de ello. Parece ser que el valor de la vida del prójimo y la prójima, visto con odio, es igual a nada.
Por ejemplo, en las últimas semanas fue noticia la posibilidad de la marcha por la diversidad sexual en las calles de Guatemala. Por supuesto que, en un país democrático, donde se afirma un estado laico, el desacuerdo es parte natural del vivir en sociedad, pero preocupa cuando desde diferentes frentes se exprese el repudio, la condena, el odio en contra de ese tipo de expresiones. Hay razones para estar en desacuerdo, pero cuando del desacuerdo se pasa al odio, se contribuye a una crisis civilizatoria.
En esa línea, el odio se ha manifestado históricamente contra mujeres, indígenas, intelectuales, ecologistas o activistas de derechos humanos, seres humanos, todos y todas, aunque con una perspectiva de vida que incomoda a alguien.
De manera similar es la actitud que se ha mostrado frente al actual conflicto en el medio oriente, en donde se sacralizan las acciones bélicas de Israel (luego de las condenables acciones de Hamas), propiciando el odio hacia todo el pueblo palestino, validando el atropello y la venganza en contra de la población civil que es víctima de ese conflicto añejo. ¿Dónde está la humanidad ante la barbarie que expresan las víctimas inocentes?
Ahí está el odio, en nuestro medio, en una sociedad integrada mayormente por personas que se identifican con la fe cristiana. Se expresa, irónicamente, desde la perspectiva de muchos grupos religiosos, o desde iglesias ultraconservadoras que utilizan la Biblia para dar legitimidad a sus actitudes de odio hacia todo lo que se considera diferente o amenazante de lo propio. Aún entre los mismos grupos cristianos, denominaciones o credos, la sutileza del odio encuentra un espacio.
En este marco de ideas reflexionamos sobre dos pasajes bíblicos que pueden mostrarse como dos líneas que se pronuncian en torno al odio. El Salmo 139 se atribuye a David, para muchas personas es ese ícono de la fe cristiana. Es un salmo de imprecación que manifiesta la expresión humana de una persona, hija de su tiempo, con el sentir y pensar de la lealtad que se ofrece a Dios por medio del aborrecimiento de aquellas personas que son catalogadas como diferentes.
Salmos 139:1, 2, 3 y 21
- Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.
- Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos.
- Has escudriñado mi andar y mi reposo, Y todos mis caminos te son conocidos.
- ¿No odio, oh Jehová, a los que te aborrecen, Y me enardezco contra tus enemigos?
(Dios mío, yo odio a los que te odian; aborrezco a los que te rechazan. – Traducción de Lenguaje Actual).
- Los aborrezco por completo; Los tengo por enemigos.
(¡Los odio con toda mi alma! ¡Los considero mis enemigos! – Versión Dios Habla Hoy).
- Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos;
- Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno.
El salmo es muy antiguo, pero estando en el contexto bíblico puede insinuar a muchos y muchas que el odio es una vía factible para honrar a Dios y a su obra en medio nuestro. Sobre todo, desde una plataforma etnocéntrica y bajo el pensamiento del «pueblo elegido» sigue siendo justificable oponerse y odiar a quienes están fuera del círculo.
¡Los odio con toda mi alma! expresa el interlocutor, como quien hace una acción justa por cuanto afianza su identidad con su fe en el Dios del pacto. Pero quienes integran otra fe, quienes no comparten la misma devoción, ni son conscientes del pacto, son objeto del odio. Es interesante la convergencia entre lo santo y lo profano; Dios es llamado a validar el odio, que, en manos de personas como David, pudo significar sangre, guerra, conquista.
Una lectura inapropiada de este texto, como los que justifican la guerra, la destrucción y la conquista en el nombre de Dios, fortalecen la imagen de un dios sádico, bipolar, contrario al Dios Creador.
En el Nuevo Testamento, desde la cumbre del sermón del monte, un nuevo paradigma es establecido por Jesús, partiendo de una retrospectiva de los elementos de la fe y tradición de Israel.
Mateo 5:43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;
45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?
47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?
48 sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.
«Oíste que fue dicho» es la expresión que introduce la retrospectiva hacia la fe y la tradición judía que configuraba las relaciones, especialmente la actitud hacia las y los enemigos. ¿Qué se dijo? “Amarás a Dios, y amarás a tu prójimo” (Dt.6:5). El llamado que debía escuchar el pueblo de Dios le comprometía con el amor a Dios y al prójimo.
¿Qué más se dijo? «aborrecerás a tus enemigos», esta prescripción no tiene un referente escriturario claro y puntual, pero se decía, se instituía, y se volvía probablemente una norma. Muy convencional, por cierto, sobre todo atendiendo a la cosmovisión judía que interpretaba a las enemigas y enemigos como aquellos que no creían como ellos lo hacían. Por eso no es difícil creer que los hijos del trueno quisieran hacer descender fuego del cielo en contra de los samaritanos (Lc.9:53-55). Ese “celo santo”, alegando exclusividad, pretendía censurar a quienes no pertenecían al círculo “oficial” (Lc.9.49-50). Ideas que no fueron compartidas por Jesús en ningún momento.
Frente a ello, Jesús expresa el nuevo paradigma mediante la introducción «pero yo les digo», es decir, por encima de aquello ahora les digo, aquello que aclara el panorama y que expresa realmente la perfecta voluntad de Dios. Ese paradigma es la antítesis del argumento que valida el odio, aunque este e inspire en el Salmo 139. La prerrogativa de dicho paradigma parte del amor de Dios, ese que no parte de las emociones sino de la razón que acompaña una decisión por cortar con el círculo del odio y la venganza.
Amar, bendecir, hacer el bien y orar por quienes se constituyen nuestros adversarios, es la consigna del paradigma de Jesús. Claramente esto no obedece a preferencias personales, ya que es mucho más fácil odiar o aborrecer a quien adopta una postura, pensamiento o religión contraria a la nuestra. Queda pendiente por dilucidar si el paradigma atiende a la consideración por quien es considerado como enemigo o enemiga, o bien, atiende a la consideración de quien declara como enemigo o enemiga a su semejante. En todo caso, predomina la relación humana por encima de los motivos para disolverla.
Esa cómoda, pero perversa actitud de odio hacia el prójimo, olvidando la dignidad, el derecho y la imagen de Dios en él, urge de una liberación. Y Jesús aporta la inspiración necesaria, contraria a nuestras vísceras, pero acorde con la justicia del Dios que hace salir el sol sobre personas buenas y malas; y personas justas e injustas. ¿Es esa una expresión de indiferencia divina ante las acciones justas o injustas? ¿O estamos frente a una sabiduría que rescata el honor de la criatura humana en las diversas hebras que tejen la historia de la salvación?
Esto no tiene que ver con validar la injustica, o hacer oídos sordos al clamor de las personas que sufren, no tiene que ver con optar por el silencio cuando hay que denunciar, menos con el comulgar con las acciones corruptas. No, el evangelio es consistentemente claro con su opción por la justicia para todas las personas, pero esto atañe a nuestra actitud de odio, que no suma, sino resta a una nueva civilización basada en el respeto y el amor. Pues el odio, sutil y camaleónico, mina la posibilidad de un mundo reconciliado.
El Dios de la vida está activo en toda su creación, siempre lo ha estado, y estará, no lo dudemos. Él es quien encamina la historia hacia un inédito concierto que exalta su gran iniciativa de reconciliación. Por ello la mirada escatológica: “…miré y vi una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos. Estaban en pie delante del trono y delante del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos. Iban vestidos de blanco y llevaban palmas en las manos. Todos gritaban con fuerte voz: ¡La salvación se debe a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero! (Ap.7:9-10). La salvación es de Dios y del Cordero, la meta de la historia no tiene preferidos o preferidas.
En la realidad que vivimos, donde el odio campea dejando víctimas a granel, necesitamos detenernos y meditar. Aun quienes usan interpretaciones bíblicas convencionales, y proclaman a un Dios de odio y destrucción, urgen abrazar el evangelio como una buena noticia. Esa noticia en donde el amor es la prerrogativa y el motor que hace posible la humanización y la solidaridad sin distinción étnica, religiosa, social, de género, etc. El “Pero yo os digo” de Jesús, trasciende el imperio del odio que rompe la cohesión social en todos lados.
Abracemos las acciones desde el evangelio de Jesús, la cuales son capaces de contrarrestar el imperio del odio en este mundo. Esas acciones que desde la educación, la pastoral, la ciudadanía y la vida comunitaria marcan una diferencia sustancial. No tenemos que estar de acuerdo con toda persona, no podemos evitar que el enojo y la irritación se hagan presentes, pero, por amor de Dios, hagamos lo necesario para que el odio no domine nuestra vida, nuestro accionar.