Pamela Líquez
Coordinadora del Programa Pastoral de las Mujeres de CEDEPCA
Octubre 2025
En medio del ruido cotidiano, de las preocupaciones que nos desgastan y de las crisis que enfrentamos como sociedad, hay historias que nos mueven y nos recuerdan el poder de las alianzas y la sororidad. Esta reflexión nace como una invitación a volver a mirar lo que significa acompañarnos, especialmente entre mujeres, en contextos hostiles y difíciles.
Te invito a que leas el pasaje de Rut 1: 1-18. Antes de reflexionar en él, siente este pasaje. Cierra tus ojos y siente este pasaje. ¿Qué sientes?
Seguramente, este pasaje lo hemos escuchado y lo hemos leído antes. En Pastoral de las Mujeres lo hemos leído y reflexionado varias veces en varios momentos y actividades; de hecho, es un pasaje que estudiamos en los encuentros Tamar 3, re-descubriendo y re-valorando la relación de solidaridad y sororidad entre Rut y Noemí.
Cuando yo era pequeña, recuerdo que mi mamá tenía una amiga que era nuestra vecina. Fueron amigas cercanas durante los cuatro años que vivimos en Ciudad Peronia. Doña Mary era una mujer con edad similar a la de mi mamá, que tenía cuatro hijos varones en edades cercanas a mis hermanos y a mí. Durante esos años, ellas iban juntas al mercado, platicaban sobre las situaciones de sus hijos e hija, se contaban sus problemas y se acompañaban.
Cuando nos fuimos a vivir a Mixco, porque mi mamá inició con un pequeño negocio de comida, una carreta de “shucos”, ellas dejaron de comunicarse. Antes no había tanta facilidad para mantener comunicación, y mi mamá, como ella nos decía tantas veces, era “esclava” de su trabajo. No había tiempo para amigas, para visitas, para detalles, para nada. Claro, una madre soltera y autónoma tiene tantas tareas por las cuales velar.
Cuando preparaba esta reflexión, me choqué con la realidad de que hay algo más profundo que la falta de tiempo: la falta de priorizar las relaciones.
Mi mamá, como muchas otras —y me incluyo— había aprendido que no había que quedarse platicando con la gente, porque eso lo hacen las mujeres “chismosas”; que no hay que meterse en la vida de los demás, que es mejor pasar desapercibida, que no hay que molestar a la gente y que una tiene que ver cómo resuelve sus propios problemas. Y algo que yo también había aprendido cuando era adolescente era que “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”.
En el pasaje que leímos esta mañana, vemos a Noemí: una mujer mayor que perdió a su esposo y después a sus hijos varones. ¿Qué significaba esto para Noemí? Creo que todas hemos perdido a uno o varios seres queridos y sabemos que es un dolor desgarrador. Para Noemí, la pérdida de estos tres hombres, su esposo y sus hijos, sumado a este dolor, significaba también perder su espacio en la sociedad.
Sabemos que las mujeres no podían vivir como personas independientes; las mujeres eran propiedad de su padre o de su esposo, siempre tenían que depender de un hombre, porque la sociedad así lo dictaba. Entonces, Noemí no solo había perdido a su esposo y a sus hijos: lo había perdido todo.
Orfa y Rut, por su parte, habían perdido a sus esposos y, con ello, su hogar, su familia y a la persona que se suponía debía protegerlas. Según la ley y las costumbres, si sus esposos morían, los hermanos de los esposos debían casarse con ellas y hacerse cargo de ellas. Pero como Noemí no tenía más hijos, ellas debían regresar a casa de su padre esperando que éste las recibiera, para así no quedar desprotegidas. Luego, en el mejor de los casos, en este contexto, podrían volver a casarse para asegurar su protección.
Noemí les pide que se vayan, que la dejen, que regresen a casa de su madre, de su padre, que busquen un esposo y salven su vida. Noemí, siendo una mujer mayor, ya no tiene esa oportunidad. Ella está resignada a lo peor, pero no quiere la misma suerte para Orfa y Rut. A pesar de que las dos exclaman que regresarán con ella a su pueblo, Noemí insiste, pues sabe que ella no tiene nada que ofrecerles.
Orfa, seguramente con miedo y tristeza, obedece a Noemí y decide irse. Rut, por el contrario, como dice el pasaje, se aferra a Noemí. Noemí vuelve a insistir en que se vaya, y es cuando Rut pronuncia esas palabras tan conmovedoras, tan fuertes, tan dulces y tan comprometidas que recordamos:
“¡No insistas en que te abandone o en que me separe de ti! Porque iré adonde tú vayas y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras y allí seré sepultada. ¡Que me castigue el Señor con toda severidad si me separa de ti algo que no sea la muerte!”.
Y viendo Noemí que Rut no iba a cambiar de parecer, deja de insistir en que se vaya.
Rut y Noemí: dos mujeres viudas, sin hijos varones que velen por ellas ante la sociedad y las protejan de esa sociedad patriarcal y machista que no las ve como personas. Dos mujeres de pueblos distintos, con culturas distintas y religiones distintas, que no tienen nada más que una a la otra.
Cuando pienso en Noemí, no puedo evitar imaginar su tristeza, su dolor y su desesperanza. Se enfrentaba a un contexto hostil y de muerte. ¿Qué contexto nos rodea hoy?
Según el Portal Estadístico del Observatorio de las Mujeres del Ministerio Público de Guatemala, para el 2025 se reportan 128 denuncias diarias de violencia contra de mujeres, niñas, niños y adolescentes. Según el Observatorio en Salud Sexual y Reproductiva (OSAR), De enero a agosto 2025, 1,439 niñas entre 10 y 14 años, se han convertido en madres, todos éstos derivados de actos de violencia, pues la ley en Guatemala tipifica todo acto sexual con una menor de 14 años, como violencia, no se puede hablar de consentimiento en estos casos.
En la madrugada del sábado 20 de septiembre (2025), un trágico incidente se registró en el Barrio Las Gallinas, Senahú, Alta Verapaz, cuando un deslizamiento de tierra provocado por las fuertes lluvias sepultó una vivienda, dejando sin vida a Esperanza Chub Caal, de 34 años, y a sus hijas Daylin Mishel de 13 y Kimberly Pamela de 7. Este es solo un caso de tantos que se repiten cada año.
Nos enfrentamos al problema del tráfico, cada vez más desgastante e insostenible, provocando estrés, peleas y muertes. Nos enfrentamos a escenarios divididos, con discursos y actos de odio. La violencia en Guatemala y el mundo sigue aumentando. La salud mental está vulnerable. Las pantallas nos roban el sueño. El acceso a empleo digno, educación, salud y vivienda se vuelve más limitado.
Con tanta muerte, dolor e injusticia, la depresión está a la orden del día. ¿Cómo mantener la esperanza?
Aunque Noemí no fue capaz de verlo en ese momento, la esperanza en medio de ese hostil contexto estaba ahí: Rut, la valiente y esperanzada Rut. También viuda, no es que tuviera mucho que ofrecer a Noemí, no es que pudiera decirle, no te preocupes, yo voy a trabajar, voy a salir a buscar el sustento y no te faltará nada.
Rut no tenía soluciones, ella también tenía que velar por ella misma, pero no pudo dejar de ver la vulnerabilidad y necesidad de Noemí. Su insistencia me hizo recordar a la canción de Mercedes Sosa que dice “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”. «Yo vengo a ofrecer mi corazón»
El gesto de Ruth es un gesto esperanzador, que hoy nos anima a acompañarnos, así no tengamos la solución a los problemas nuestros, ni de las otras, pero el gesto de acompañar y hacer presencia puede hacer una diferencia abismal. El gesto de acompañarnos es la esperanza que nos sostiene en estos tiempos de crisis y nos ayuda a hacer frente a este modelo capitalista e individualista que nos separa como sociedad y nos hace olvidar de lo comunitario y que el sistema patriarcal refuerza tanto en las mujeres haciéndonos creer que somos competencia y que «el peor enemigo de una mujer es otra mujer», y que hoy vemos, confirmamos y reafirmamos en la historia de Rut y Noemí que es totalmente falso. Este gesto de Ruth y Noemí nos invita especialmente a las mujeres a la sororidad, este pacto y complicidad entre nosotras, para cuidarnos y protegernos.
Nuevamente pienso en mi mamá y en lo bien que le hizo sentirse acompañada por un tramo del camino. Ojalá como sociedad podamos crear redes para acuerpar y apoyar a las mujeres que crían en soledad, cargando además el prejuicio de ser “mamás luchonas” y poner la mirada crítica en los hombres que abandonan y se desligan de su paternidad.
El pasaje de Rut nos invita al acompañamiento y a la solidaridad de los pueblos, con contextos, religiones y realidades distintas. Rut hace este compromiso con Noemí, no en los tiempos buenos y de abundancia, sino en medio del caos, el dolor y la desesperanza, comprometiéndose no solo acompañarla, sino a permanecer con ella aún en los peores escenarios.
Nos invita a ver a la otra y al otro como una persona que merece vivir dignamente y acompañada, sin importar su país, su origen o su cultura.
Nos anima a mantenernos juntas y juntos y hacer alianzas que sostengan la vida y que creen nuevas oportunidades de redención para nuestras comunidades.
“Dios hoy nos llama a un momento nuevo, a caminar junto con su pueblo, es hora de transformar lo que no da más, pues sola y aislada ninguna es capaz.”