Arnoldo Aguilar
Mayo 2024

En el marco de la celebración de pentecostés, es pertinente recordar el evento que ha marcado el caminar de la iglesia de Jesucristo a lo largo de los siglos: el pentecostés en el aposento alto (Hch.2:1-13). Es un relato colorido, tan apasionante como misterioso, que ata los hilos sueltos de la profecía antiguotestamentaria con las insinuaciones que Jesús haría entre sus discípulos y discípulas.

Una vez más el Espíritu de Dios irrumpe la historia superando los esquemas humanos y los convencionalismos religiosos. Simplemente actúa, en santa soberanía, para revitalizar aquello que ha de generar una nueva creación.

Siglos después de aquel evento, la historia del cristianismo nos recuerda el largo proceso por el que la iglesia ha tenido que pasar para tener una noción acerca del Espíritu Santo al que se refieren las escrituras. Las diferentes expresiones de fe de los primeros siglos, los movimientos disidentes considerados heréticos, las luminarias en el marco de la patrística, las declaraciones de los grandes concilios, hablan del difícil camino en la construcción de un imaginario acerca del Espíritu Santo. Tarea que no puede darse por conclusa hasta el día de hoy.

No obstante, en pentecostés, prevaleció la experiencia de la comunidad que se interpretó como favorecida por el Espíritu Santo, quizás sin más noción que la que expone Pedro en su discurso. Él hace referencia al Kairós de Dios, el tiempo oportuno en el cual ha iniciado lo anunciado por la voz profética y por la gentil anticipación del Mesías.

El evangelista Juan aporta, desde las palabras de Jesús, información muy particular acerca de lo que sería esa nueva era del Espíritu. Porque no todo se reduciría al glorioso evento del aposento alto. De cara a la oscura realidad de la pascua, se anuncia un nuevo amanecer en donde las acciones de Jesús, sus palabras y su misión en el mundo serían continuadas bajo el protagonismo del “Consolador”.

Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. Juan 14:25-26.

“Parakletos” es el término griego para referirse a “Consolador”, y refiere a quien es llamado al lado de uno, en ayuda de uno, para prestar ayuda. Se usaba en las cortes de justicia para denotar a un asistente legal, un defensor, un abogado; de ahí, generalmente, el que aboga por la causa de otro, un intercesor, abogado. En su sentido más amplio, significa uno que socorre, que consuela.

En términos generales, la acción del Espíritu como signo de un nuevo tiempo, habla de continuidad, de compañía sabia, de entendimiento profundo, de intervención oportuna, de claridad en la misión, de fortaleza ante los desafíos. Es el agente divino que, en todo tiempo y en toda realidad humana, conduce a la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.

El pasaje de Jn.14:26 nos dice que el E.S. seguiría la obra que Jesús inició, en 2 formas:

  1. Os enseñará todas las cosas
  2. Os recordará lo que Jesús dijo

Dos razones que insisten en el aprendizaje, en la escucha profunda, en el acercamiento humilde para renovar el entendimiento, y en consecuencia el comportamiento. Pero también el recordatorio, que es más que hacer memoria, sino vivificar las palabras de Jesús para un tiempo diferente al que fueron dirigidas. Así se posiciona la acción del Espíritu trascendiendo el entendimiento humano, renovando la conciencia.

En esta línea, Juan 16:12-15 insiste en esa necesaria intervención del Espíritu, identificado como “Espíritu de verdad”, cuya acción guía a toda verdad, y hará saber las cosas por venir. En sumatoria, es la idea de una transformación desde lo más profundo de la existencia humana, mediante el aprendizaje, para luego emprender las acciones que el mismo Espíritu respaldaría con su presencia.

En conclusión, mientras recordamos y somos inspirados por la gloria de pentecostés, es oportuno repensar aquel hito histórico como el inicio de la “redención pedagógica” del pueblo de Dios. No que no haya habido revelación y enseñanza antes del hito, pero que ahora, en pentecostés, se da la democratización de los saberes del reino de Dios. Ahí donde el Espíritu se hace presente, indiscriminadamente, ahí, entonces, los hijos, las hijas, los jóvenes, los ancianos, los siervos y las siervas entienden, hablan y accionan empoderadas por el Espíritu de Dios.

Todo mundo, toda carne es digna para aprender de los caminos de Dios. Así se denuncia el horrendo privilegio de quienes ostentan el poder a causa de su “iluminación”. Pentecostés no sucede en el ágora o en el sanedrín, sucede en el aposento alto, el lugar de la comunidad, donde los hermanos y hermanas encuentran esperanza frente a la adversidad.

Esta propuesta no deja espacio a la polarización entre las expresiones espirituales más intelectuales y las más sensacionalistas. Simplemente les es exógena, libre, trascendente. Llama a los afines como a los escépticos a un nuevo entendimiento, a un encuentro vital con el Espíritu abrazando la expectativa de aprender o desaprender, según sea el caso.

En pentecostés, abrámonos al viento del Espíritu, guardemos nuestros conceptos y procedimientos, y escuchemos su sonido, su voz, su dirección. Las cosas más valiosas por aprender, las que aportan para la vida, son las que vienen del Consolador.

 

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