Por: Arnoldo Aguilar

 

Ese niño tiene que nacer
Y no encuentra sitio
Ese niño tiene que cumplir
Lo que estaba escrito
En un mundo que ya lo olvidó
Lo han dejado allí solito
Ahora lo recuerda navidad
Por las tradiciones
Pero el niño solo nacerá
En los corazones
Pa´que un día puedan disfrutar
De todas las bendiciones

(Estrofas de la canción “Corazón pesebre” del grupo “Rescate”, 2017)

 

La inspiración de este canto nos lleva a la escena tierna y luminosa del nacimiento de Jesucristo el Salvador. Cantidades de infantes habían nacido antes, en las aldeas y los palacios, pero ninguno como este; este que, siendo luz, vivió el nubarrón de oposiciones desde el pesebre.

Aquel niño, inocente y débil, ya era motivo de estrategias de espionaje y de logísticas militares. Incluso costó el asesinato de los niños menores de dos años en Belén. El evangelista Mateo narra esta cruel persecución con expresiones como:

 

“he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo:  Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo” (Mateo 2:13 VRV60).

“Pero oyendo (José) que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea” (Mateo 2:22 VRV 60).

 

Notemos el contexto en el que nace el Salvador, un contexto de persecución, de destrucción, de violencia, de ambición, de muerte. Cuánto odio y resistencia al niño de Dios. Es una franca demostración de la resistencia que el sistema del mundo presenta ante el proyecto salvífico de Dios.

Los enemigos del niño, «los que procuraban su muerte», de pronto no han quedado sólo en el pasado, a lo mejor la procuran hoy. Es que ese niño, tierno y luminoso, representa un peligro para los poderes de este mundo, una amenaza para quienes tienen como dios al dinero, al egoísmo, a la violencia, al poder.  Con razón este es el niño que “este está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha” (Lucas 2:34 VRV60).

Así, se ha intentado matar al niño, y se intenta hoy hacer lo mismo pero de maneras menos visibles. Aún hoy se procurará que el niño no sea relevante, que se pierda en medio de discusiones viscerales, que se desvirtúe su poder, que se convierta en una mera tradición, que sea sólo una idea o una historia. Pero el niño es una realidad, y en la historia no ha podido ser silenciado.

Hasta hoy, Jesús incomoda a muchos, al mundo por supuesto, que ha tratado en muchos lugares de hacer morir su memoria. Pero también, de manera muy discreta, incomoda a creyentes que no terminan de aceptar al Salvador tal cual es. Incomoda Jesús, siempre incomoda.

Por ello, cada vez que hay una intención de silenciar su voz, de transgredir sus mandatos, de distorsionar su misión, de matizarlo con un color religioso, de alguna forma hay oposición a que nazca e impacte en nuestro tiempo. Como Herodes, esas intenciones oscuras sólo pretenden impedir que brille la luz.

Pero la historia bíblica apunta al hecho de que el niño tiene que nacer. A pesar de toda la oposición del mundo, él es el Dios con nosotros y nosotras, haciendo que la vida prevalezca sobre toda intención de muerte.

Sí, ese niño tiene que nacer.  Nos urge brillando en nuestro interior, alumbrando nuestras palabras y nuestras acciones.