Por: Brayan Alvarado
La violencia sistémica que experimentan las mujeres es intolerable e injustificable. Este fenómeno se inscribe en un sistema despiadado, complejo y de gran alcance. Al intentar comprender y transformar esta realidad, existe el riesgo de simplificarla, asumiendo que los hombres, por el mero hecho de serlo, somos los responsables directos y únicos de dicha violencia. Evidentemente, al representar la mitad de la población mundial, los hombres jugamos un papel decisivo en su erradicación.
Esta simplificación conceptual obstaculiza algo medular: cuál es la raíz y la complejidad del problema. Por ello, es crucial comprender que la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres no es el acto primero, sino un acto derivado. Es decir, existe un proceso anterior que debemos atender con igual urgencia y seriedad.
Esta idea es abordada por la teórica feminista bell hooks en su libro El deseo de cambiar: hombres, masculinidad y amor, donde afirma:
El primer acto de violencia que el patriarcado exige a los hombres no es la violencia hacia las mujeres. En su lugar, el patriarcado exige de todos los hombres que se impliquen en actos de automutilación psíquica, que maten las partes emocionales de sí mismos. (2021, p. 71)
Articulo estas ideas a partir de mi experiencia de cinco años acompañando, escuchando y facilitando encuentros con hombres de diferentes edades, especialmente con jóvenes. Por ello, el enfoque que presento ahora es distinto al que he desarrollado antes, cuando escribí sobre masculinidades desde una perspectiva bíblica y teológica, sobre la dominación masculina o la relación entre masculinidad y miedos.
El objetivo de estos procesos formativos es cuestionar la masculinidad tradicional e invitarnos a la auto-observación. Metodológicamente, se ha planteado bajo el esquema “ver, juzgar, actuar” de la tradición latinoamericana:
- Ver: Implementar una mirada dialéctica y transparente. Dialéctica por su movimiento constante, hacia fuera y hacia dentro de nosotros mismos; transparente por su intención, tanto crítica como compasiva, sobre nuestras maneras de ser. Esto incluye la forma en que nos relacionamos con nuestros cuerpos, miedos, inseguridades, vacíos, sueños y expectativas.
- Juzgar: Analizar las relaciones que construimos, las dinámicas de poder, los roles que asumimos y la violencia que nos habita. Examinar las percepciones que tenemos sobre la familia, la pareja, el trabajo, la amistad, la sexualidad, las emociones y el sentido de la vida.
- Actuar: Imaginar y crear —cada uno desde su lugar y en relación con los demás— entornos más respetuosos, equitativos y humanos para la sana convivencia y la expansión de nuestra potencia vital.
En síntesis, este es un ejercicio constante, tan necesario como incómodo, para tomar conciencia de nuestras maneras de ser hombres y ponernos en marcha.
El trasfondo de cada masculinidad se teje con un entramado de narrativas, valores, avatares, mitos y ritos que moldean, estructuran y validan el mundo que vivimos y las relaciones que experimentamos. No sorprende que los pilares de la masculinidad tradicional se construyan a partir de las enseñanzas que promueven:
- La predisposición al uso de la fuerza y el abuso de poder.
- La imposición y el ejercicio de la violencia.
- La competitividad y la agresividad.
- La confusión de los celos con el amor, y la sobreprotección con el cuidado.
- El analfabetismo emocional y la desconexión con el dolor y el sufrimiento.
- El descuido del cuerpo y la poca o nula participación en las tareas domésticas.
- El rechazo a cualquier manifestación de fragilidad y diversidad.
Como sostenía bell hooks, desde este modelo de masculinidad, resulta imposible que los hombres podamos contribuir de manera fecunda a la reparación y transformación del mundo.
Uno de los aportes más importantes de la teoría crítica sobre masculinidades es la esperanza por el cambio: la afirmación de que las coordenadas de nuestro interior pueden y deben ser distintas. Como enseñó el maestro de Galilea: “el vino nuevo necesita vasijas nuevas.”
La buena noticia es que cada vez más hombres están abiertos al amor, al cuidado de sus cuerpos y al respeto por la vida que les rodea. Impresiona el coraje de muchos para cuestionar los patrones establecidos, superar los mitos nocivos y romper los moldes que limitan al ser luminoso, soñador, tierno y pleno que todos, sin excepción, llevamos dentro. Es poderoso que la antiquísima propuesta evangélica resuene en su interior: “amen a las demás personas como se aman ustedes mismos.” En otras palabras, los hombres estamos descubriendo el camino a casa.
Volvamos al inicio. Los hombres tenemos el desafío y la oportunidad de elegir qué tipo de humanos deseamos ser. Si el primer acto de violencia que el patriarcado exige de los hombres es la anulación de nuestras partes emocionales y afectivas, entonces, allí mismo, se disputa el proyecto para la liberación: en aprender a reconocerse, cuidarse y amarse.
Solo de esta manera, los hombres podremos contribuir eficazmente a la construcción de relaciones, familias, comunidades y sociedades libres de violencia.
Referencia bibliográfica:
Hooks, bell. (2021). El deseo de cambiar: hombres, masculinidad y amor. Manresa: Edicions Bellaterra.