Arnoldo Aguilar B
Abril 2025
El tiempo esperado llega, todo se prepara para teñir el escenario con los colores, los aromas y los mensajes que recuerdan aquel gran evento. Sí, la pascua ha llegado. Tiempo de historia, de conmoción, tiempo de sensibilidad, tiempo de fe y tradición. Pero ¿podrá ser un tiempo de transformación?
Interrumpamos el ritmo, dejemos en pausa los símbolos, los colores, las penitencias y las palabras del fervor cristiano; ¿podemos imaginar una pascua que exija más que eso? Perdón, permítame la irreverencia, mientras asumo la responsabilidad frente a inercia religiosa.
Una sutil indignación subyace estas líneas, mientras la expectativa cristiana es convocada por el período litúrgico pascual, mientras apenas advirtamos la realidad tan compleja que enfrentamos.
Hablo de esa forma endeble de percibir la pascua, la Semana Santa, la acción del Hijo del Hombre. No me refiero a lo endeble de las formas o de los contenidos litúrgicos, sino a lo endeble que radica en la desconexión entre la fe cristiana y la crisis de nuestro país y nuestro mundo.
No, la pascua no nos sirve, si constituye un escape para olvidar los males de nuestro entorno; no nos sirve cuando nos invisibiliza los actos de injusticia que infelizmente rigen las riendas de nuestro pueblo. Menos aún, cuando esa pascua responde a una religiosidad que es cómplice de los poderes de este mundo, no nos sirve, es endeble y totalmente contraria a la naturaleza interpelante del Hijo del Hombre.
Por ello, no nos quepa duda, el tiempo de pascua, o la Semana Santa, ha sido, y puede ser hoy, un aliado estratégico en los planes de las mentes oscuras que juegan con la sensibilidad de las masas para alcanzar sus planes perversos. Procurarían desensibilizar a la población mientras se inhiben en una experiencia religiosa personal y escapista.
A la luz de la historia del Jesús de Nazaret, la pascua no podría ser menos que la liberación de quienes sufren bajo el peso de la injusticia en todas sus expresiones. En consecuencia, emular la misión de Jesús, es pensar la posibilidad de un Reino contrastante con los males del tiempo actual. Algo que debería ser transversal en toda acción de fe, en este o en cualquier otro tiempo.
Carecer de esta consigna es lo que hace endeble la pascua que suponen muchas tradiciones cristianas. Porque no bastan los colores, los aromas, los símbolos, los retiros o las penitencias que alimentan la contrición personal, cuando el eje de la pascua nos reta a la conversión desde una dimensión colectiva e integral.
En concreto, la pascua es tan endeble como el “fervor religioso”, tenga este el nombre que tenga, si no nos interpela a abrirnos a la realidad de nuestros y nuestras semejantes. Esto podrá sonar un poco pesimista, pero tal vez sea pertinente.
- Si en nuestra motivación religiosa sólo perseguimos la salvación personal mientras olvidamos el calvario que sufren nuestros paisanos migrantes al ser criminalizados y sometidos a una persecución aterradoramente intransigente, nuestra religión es tan endeble.
- Si nos identificamos con Jesús en su sufrimiento, pero ignoramos a los millares de niñas que son abusadas sexualmente y convertidas en madres antes de los 15 años, y la complicidad de las autoridades que normalizan estos casos deleznables, nuestra identificación con Jesús es endeble.
- Si en nuestra visión no pesa la indignación frente a la corrupción de funcionarios y funcionarias guatemaltecas que se recetan sueldos exorbitantes a costillas de las niñas y niños desnutridos del área rural de nuestro país, nuestra visión es endeble.
- Si nos apasiona la belleza de la tradición en las calles de la ciudad de Guatemala, olvidando el abandono en el que esta se encuentra, especialmente en los eternos problemas de agua, medio ambiente y transporte colectivo, necesitaríamos repensar si es bello lo que no dignifica la vida.
- Si el amor por Jesús se torna en un sentimiento ocasional, exógeno a su pasión por la restauración de la humanidad, será cualquier cosa, amor por nosotros o nosotras mismas quizás, pero ni la sombra del amor “ágape” que Jesús mostró.
- Si en nuestra devoción no cabe el pesar de nuestras hermanas y hermanos que sufren y mueren injustamente bajo los cruentos bombardeos de la guerra, nuestra pascua es endeble.
- Si al orar o rezar el “Padre nuestro”, no discernimos la presencia de los reinos poderosos de este mundo, ávidos en la guerra y en la muerte, desquiciados hijos de Babel, no podremos encarnar el clamor “Venga a nosotros y nosotras tu reino”.
Así es vano todo, como vana la pascua que ignora la consigna y el poder transformador de Jesús de Nazaret. Vana también es la fe, y vana la predicación si Jesús y su inspiración sempiterna no salen de la tumba en la que la mano humana se encargó de encriptarle (1 Corintios 15:14). La buena noticia de la resurrección no sólo afecta el destino eterno de la humanidad, pero incide directamente en la realidad concreta del tiempo actual, y si no lo hace, también es vana.
Ante esto, es justo repensar la fe cristiana, rescatar una pascua con un hondo compromiso con nuestro contexto actual. Sí, la vida, pasión y muerte de Jesús de Nazaret pueden estremecer las fibras más íntimas de cualquier mortal, pero no se debe perder de vista el móvil detrás del actuar del Salvador.
Encontrar ecos de ese móvil en el tiempo presente es nuestra tarea, discernir las bagatelas que se hacen pasar por sagradas y denunciarlas, por cuanto riñen con la consigna de Jesús. Es ante el Jesús resucitado, presente hoy entre su pueblo, que se requiere seguimiento, obediencia, determinación para encarar las injusticias, los atropellos y la mercantilización de la dignidad humana.
A lo mejor sea necesario re-conocer a Jesús en su faceta indignada, volcando mesas, rompiendo el “orden”, escandalizando; ese Jesús inconforme, harto de las superficialidades que nunca llegan a contribuir con un mundo más justo. Es ante ese Jesús, hermanas y hermanos, ante quien debemos postrarnos en franca disposición de un discipulado radical con la indignación y la cruz a cuestas.
Una pascua para hoy demanda de nuestra fe cristiana, encarnarnos en la historia de nuestro pueblo, como lo hizo el Hijo del Hombre. Que el evangelio vuelva a ser una buena noticia desde el sudor de nuestra frente, el calor de nuestro abrazo o la generosidad de nuestras manos.
Es posible, es necesario, dejar lo endeble y lo vano, lo superficial y lo conveniente, esa “gracia barata” ante la que se agolpan las multitudes. Construyamos una pascua significativa, que implique arrepentimiento, conversión, nuevo nacimiento al Reino de Dios. Abramos los brazos al Jesús resucitado, a su Espíritu que está presente hoy, nuevamente para rescatar lo que se ha perdido, la vida en abundancia para todas las personas.