Claudia Florentin 

Comunicadora y teóloga.

Vive en Argentina pero trabaja en todo Latinoamérica asesorando y acompañando espacios de fe en sus trabajos para prevenir violencias y acompañar a quienes sufren.

 

La violencia de género es como un iceberg, se suele decir. La parte más visible, y a la vez más dramática, es la violencia física, el feminicidio, o el asesinato de las hijas/os, en el caso de la violencia vicaria. 

Este tipo de violencia contra las mujeres ha urgido a los poderes públicos en todo el mundo a poner en marcha un plan para luchar contra ella. Sin embargo, al igual que la mayor parte del iceberg se encuentra oculta bajo el agua, existen otras formas de violencia de género, menos visibles y a las que se le presta menos atención, pero que afectan a un gran número de mujeres y son muy graves.

“Es innegable el avance social en aspectos vinculados a la paridad y/o igualdad de género. Sin embargo, aún encontramos que se perpetúan diversas formas de violencia. Como un iceberg en donde se ve sólo la punta, muchas veces esto es lo que sucede con la violencia contra las mujeres: los estereotipos de género están marcadamente naturalizados en diversos ámbitos de nuestra vida cotidiana y distintas formas de manifestación de la violencia de género se encuentran aún invisibilizadas…”, dice Mariela Belski, directora ejecutiva de Amnistía Internacional Argentina.

Mucho antes de llegar a los extremos de la violencia de género (con la figura de femicidio), los micromachismos reproducen  actitudes sexistas que logran condicionar el tiempo disponible y la autonomía de las mujeres frente a las “supuestas responsabilidades” que la sociedad les adjudica: “las mujeres son mejores para hacer las tareas de la casa” y “mejores para cuidar a niñas/os, y enfermas/os y ancianas/os”, entre algunas frases clásicas.

Violencia facilitada por las tecnologías

La violencia de género digital  reproduce las agresiones verbales y psicológicas del mundo físico al virtual, aprovechando en muchos casos el anonimato de las redes y por supuesto, el alcance que ellas proponen.

En los últimos años diversos casos han saltado a los medios de comunicación, comenzando a sensibilizar a la opinión pública de la gravedad de la violencia de género digital. Al igual que la digitalización va impregnando cada vez más cualquier faceta de la vida, la violencia de género basada en herramientas digitales puede representar un enorme obstáculo para las víctimas, que pueden incluso verse obligadas a abandonar el universo digital, con graves secuelas psicológicas, sociales y económicas. 

La correcta comprensión del problema requiere considerar la violencia de género digital como una prolongación de la violencia ejercida contra las mujeres fuera de Internet.

¿QUÉ PUEDE DECIRNOS LA BIBLIA?

Imaginemos las historias que cuentan los Evangelios si hubieran existido las redes sociales… El Maestro de Galilea sufrió acoso, humillaciones, persecuciones y mala prensa de mano de los maestros de la ley de su época y de gente cuyos intereses eran lesionados por sus palabras. También las mujeres que lo rodearon y que fueron sus amigas, que obtuvieron salvación y sanación, hubieran sido hoy publicadas como desobedientes de las leyes, como prostitutas, y seguramente hubieran sufrido acoso y violencias varias.

Jesús tuvo palabras precisas, enseñó desde cada circunstancia, denunció cuantas veces fue necesario, defendió a las mujeres y niñas/os y no dejó que atacaran y condenarán a ninguna, al contrario, les dio espacio, las trató como iguales, las nombró sus testigos. Esto nos deja enseñanza para seguir sus huellas: 

-Elegir a quien seguir. Optar con sabiduría. Las mayorías no eran la opción de Jesús, al contrario siempre se manejó con quienes eran excluidas/os.

-Tener palabras elegidas y con significados, para construir y no dividir

-Denunciar las violencias, todas, no callarlas ni pensar que son “normales”

-Proteger a quienes pueden estar más expuestos por su edad, su género, su condición comunitaria, su roles…

-No condenar ni prejuzgar, escuchar y acompañar es la clave.

Y volviendo a la imagen del iceberg. ¿Qué pasa en las iglesias con las conductas patriarcales, muchas solapadas y naturalizadas pero siempre presentes?

Es preocupante que aún ni siquiera hemos empezado a concientizar de las violencias y en muchas iglesias se las considera campañas armadas para ir contra los varones o romper familias. En mi perspectiva, las comunidades de fe tienen la responsabilidad de conocer los riesgos y acompañar a quienes sufren todo tipo de violencias, incluidas las digitales. Solo así podemos ser espacios seguros en todos los aspectos.

Dejo algunos consejos para el acompañamiento, esperando el Espíritu divino nos conceda claridad y sabiduría para detectar, por prevenir las violencias, y acompañar a quienes las sufren:

  • Aprender sobre el mundo digital como comunidades
  • Escuchar a la víctima sin juzgar
  • Acompañar en la tarea de recolectar y guardar evidencias: pantallazos, audios, correos, enlaces de los perfiles y páginas desde la que se ejerció la violencia.
  • Bloquear y reportar cuentas. ¿Se puede comentar esto con la comunidad? Suele ser complicado porque se expone mucho a la persona pero si la comunidad lo asume como responsabilidad de todas y todos, tal vez pueden reportar masivamente.
  • Armar una red de apoyo, generando un lugar seguro para quien sobrevive a la violencia. 
  • Buscar acompañamiento profesional si se considera necesario.
  • Mapear las redes de acompañamiento que tiene la persona que ha vivido violencia ¿Tiene apoyo de amistades? ¿Su familia está segura y abierta para entender esta situación? Tal vez se necesita acompañar a la familia y a las amistades para que conozcan y comprendan lo que es la violencia digital y sus consecuencias.