Por: Brayan Alvarado

Cada 25 de noviembre se conmemora la vida de las hermanas Mirabal. Como fruto del abuso de poder, ese día fueron asesinadas Patria, Minerva y Maria Teresa por órdenes del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en 1960. De manera que en su honor se realizan marchas, iniciativas, campañas de concientización y actividades de diferente tipo para ponerle fin a la violencia contra las mujeres. En este esfuerzo, los hombres jugamos un papel fundamental, pues comete un error quien piensa que estas causas son de mujeres contra hombres, cuando en realidad son esfuerzos que buscan la colaboración para garantizar mejores condiciones de vida para todas las personas.

 

Debo mencionar que no siempre tuve esta conciencia ni esta comprensión, para mi ha sido un camino largo llegar a este punto. La primera vez que participé en un taller de masculinidades fue en el año 2012, desde entonces el tema dejó preguntas muy fuertes en mi cabeza, y con el paso del tiempo fueron calando cada vez más hondo. Una de las verdades más difíciles de aceptar fue que yo, quien parecía ser un buen chico, no estaba libre de reproducir comportamientos machistas. Eso nunca es fácil de reconocer, de hecho requiere valor y transparencia. Nadie se mira frente al espejo buscando realizar ese examen, no desea mirar su vida escarbando en las veces que fue beneficiado más que sus hermanas, o cuando fue irrespetuoso con sus amigas, o cuando se burló de sus amigos por hacer o decir tal cosa, o cuando estuvo en una situación de ventaja solamente por ser hombre. Entiendo que este proceso puede ser incómodo, pero es igualmente necesario si los hombres deseamos desarrollar todo nuestro potencial y descubrir el fuego ardiente que todos, sin excepción, llevamos dentro.

 

Por eso, las palabras que estás a punto de leer fueron escritas con una mano y un corazón lleno de esperanza, son una invitación a prestar atención con firmeza, pero también con ternura y compasión, en las maneras en que nos vemos y pensamos a nosotros mismos, en cómo interactuamos con las demás personas. Debe quedar claro que esto no se escribió desde un podio de supremacía moral, como quien sabe todas las respuestas y lo tiene todo resuelto, sino desde el camino, desde el sendero del mejoramiento, la posibilidad y el cambio que muchos hombres transitan, no sin grandes esfuerzos, cotidianamente.

 

Ahora bien, el trasfondo de lo que mencioné al inicio es el famoso patriarcado, ese es el marco de referencia, aunque sin perder de vista su relación con el capitalismo y el colonialismo, pues lo uno refiere a lo otro. Según Bell Hooks, el patriarcado es un sistema histórico, político-social que afirma que los hombres son inherentemente dominantes, superiores a todo y a todas las personas a las que considera débiles, especialmente a las mujeres. Por otro lado, según John Bradshaw, es una organización social marcada por la supremacía del padre en el clan o la familia, tanto en las funciones del ámbito doméstico como en el religioso. El patriarcado se caracteriza por configurar la sociedad y el pensamiento para la dominación y el poder de las figuras masculinas. Sin embargo, nunca faltan las personas que niegan la existencia del patriarcado, pero justamente no lo pueden identificar porque vivimos inmersas en él desde que venimos al mundo. Una fabulosa metáfora de Foster Wallace puede ayudar a comprender este punto: “Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice ‘buen día, muchachos, ¿cómo está el agua?’. Los dos peces siguen nadando hasta que pasado un tiempo uno se vuelve hacia el otro y pregunta ‘¿qué demonios es el agua?’”. De manera que al nacer dentro de este sistema cultural y de pensamiento, que organiza y regula la vida y los deseos, no somos conscientes de su influencia e impacto en nuestras vidas.

 

Si hay algo que en este recorrido me parece imprescindible para el cambio, porque estoy convencido que los hombres siempre podemos mejorar y cambiar, es la toma de consciencia, el prestar atención, despertar del sueño dogmático que los hombres no violentamos de ninguna manera, cuando eso es realmente difícil de sostener, pues todas las personas violentamos en mayor o menor medida, ya que tanto la atmósfera como el espacio vital de nuestro desarrollo nos envuelven de formas muy efectivas. Dicho esto, es evidente que muchos hombres también le tenemos miedo al cambio, pero lo hacemos porque todavía no somos libres del adoctrinamiento, no hemos aprendido a transitar otros caminos, amar de otras maneras, ocupar los espacios con otras lógicas, expresar nuestras emociones de formas saludables, renunciar al deseo de manipular, a relacionarnos sin la imperiosa necesidad de controlar y dominar.

 

Pero una vez le damos la oportunidad a la sospecha, estamos a las puertas de la liberación interior. Por eso es maravillosa la siguiente ilustración que he compartido con hombres de diferentes edades cuando reflexionamos sobre quiénes somos los hombres: “Un hombre con una barba larga se encuentra con un amigo que le pregunta: ‘Dime, cuando te vas a la cama, ¿Dónde pones la barba: encima de la almohada o debajo?’ El barbudo admite que no lo sabe, que nunca se ha fijado, y promete poner atención en adelante. A los pocos días se vuelven a encontrar. El hombre de la barba está muy irritado: ‘Desde que hablamos no he podido dormir, ¡me quedo despierto, mirando dónde se pone mi barba!’.”  Pues una vez que encendemos la luz de nuestra habitación interior, empezamos a ser capaces de prestar atención a las violencias y asumir los miedos que nos habitan, por consiguiente, dejamos de temer a nuestros fantasmas, y podemos abrazar las tristezas, fragilidades, heridas y complejos que llevamos dentro.

 

Reconozco que los hombres corremos el riesgo de quedarnos en el papel de víctimas por el impacto del patriarcado en nuestras vidas, lo cual no deja de ser verdad, pero lo realmente importante es que podemos caminar hacia horizontes más humanos, sanos y seguros. Además, tengo claro que nada ocurre de la noche a la mañana, que solos no podemos, que le hacemos frente a estructuras mentales y sociales, tradiciones y fuerzas históricas que nos exceden con facilidad, pero en repetidas ocasiones he escuchado al niño que se siente frustrado, al chico que confiesa sus inseguridades, al esposo que revisa sus relaciones de poder, al joven que menciona cuestionar el origen de sus celos, al abuelo que confiesa ser consciente de su ira interior, al compañero que dice haber sido violento con su pareja, al padre que expresa sus temores, su voluntad de cambiar.

 

Es verdad que aún existe mucha resistencia a considerar estas preguntas y participar de estos procesos, pero los hombres que eligen la vida lo hacen porque están cansados de la violencia y quieren vivir plenamente, quieren conocer el amor y desean colaborar en que el mundo sea un lugar seguro para todas las personas.