Arnoldo Aguilar Bernardino
Coordinador Programa de Formación Bíblica Teológica

Guatemala,  agosto de 2023.

En el contexto del sermón del monte, luego de proferir las bienaventuranzas, el evangelista Mateo refiere la actitud de Jesús hacia las sagradas escrituras (Mt.5). Ante la frescura de sus enseñanzas, el lente crítico y hasta el adversario, cuestionó que Jesús respetara la ley y los profetas, las Escrituras Sagradas de ese momento. Es lo que suele suceder cuando los oídos de los auditorios están petrificados, incapaces de escuchar la buena nueva del Reino de Dios.

Las miradas implacables alrededor del Maestro se activaron al escuchar con incomodidad sus luminosas declaraciones. ¿Sería otro charlatán con un mensaje extraño?  ¿acaso un judío con una versión tergiversada de las Sagradas Escrituras? ¿a lo mejor otro predicador ofreciendo el cielo a los pecadores y pecadoras? Lo que no advirtieron aquellas miradas implacables fue que ante ellas se abría la encarnación de la Palabra sagrada, tejiendo la realidad humana con el espíritu de la Escritura, al servicio de la vida abundante.

“No crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su pleno valor” (Mt.5:17 DHH). Esta fue la respuesta de Jesús ante sus interlocutores e interlocutoras, una respuesta que define su participación en la historia de la salvación. Su mensaje no era discordante, tampoco antagónico, a las sagradas escrituras. ¿Entonces por qué sus enemigos sospechaban de él? Porque el corazón de estos era incapaz de discernir la esencia del mensaje de Dios, y se quedaron sólo con la forma de este.

Sí, Jesús vino a dar “el pleno valor” a las Escrituras, a “dar cumplimiento” a las mismas. En un ambiente con tantos eruditos y maestros de la ley, alguien tenía que venir a recuperar el espíritu de las palabras del Señor. Entonces, lejos de adversar el mensaje de la Escritura sagrada, el Maestro la encarna y la pregona como baluarte de la verdad en medio de la debacle humana. Ese mensaje de Dios, tan respetable como invariable, permanece a pesar de los siglos: “Pues les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, no se le quitará a la ley ni un punto ni una letra, hasta que todo llegue a su cumplimiento” (v.18).

El cielo y la tierra figuran como garantía de la integridad del mensaje de las escrituras, de tal forma que, a pesar del tiempo, y de quienes apelan a ese mensaje, este sigue siendo una buena noticia para toda la humanidad. Lo que ahí se dice, lo que se advierte, lo que se enseña, tiene vigencia y pertinencia en todo tiempo y lugar. Aún los signos de la escritura que parecen insignificantes (jota o tilde), los elementos “mínimos” en el entramado de la escritura, son confiables y se cumplen en la realidad cotidiana.

En consecuencia, el reino proclamado por Jesús demanda la observancia de las Sagradas Escrituras, aún en lo más mínimo. Por si fuera poco, demanda “que se enseñe a otros y otras”, para superar las enseñanzas endebles de los “maestros del error”. Aquellos y aquellas que pretenden trastocar jotas, tildes, y todo el alfabeto a su antojo. ¿Quiénes son? En el texto son los maestros de la ley y los fariseos, expertos en la superficialidad de las letras, pero incompetentes en el discernimiento de la justicia y de la voluntad divina. En nuestros tiempos, los amantes de la recitación de las Escrituras, los defensores y defensoras de la Biblia, pero que han olvidado “hacer lo justo delante de Dios”. A estos y estas, Jesús exhorta a superar, para entrar en el reino de Dios (v.20).

Finalmente, Jesús invita a apreciar la eterna vigencia del mensaje de las Sagradas Escrituras, desde la clave de la justicia de Dios. Ellas siguen constituyéndose en buenas noticias en medio de un pueblo dispuesto a darles su pleno valor y cumplimiento, como lo hizo el Maestro. El cielo y la tierra atestiguan, que tan cierto como que Dios sostiene el cosmos, las Escrituras sostienen sus promesas de vida para toda la creación.