Dr. Willi Hugo Pérez

Teólogo y Dr. en Ciencias Políticas 

 

“El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó

y mezcló en tres medidas de harina, hasta que hizo crecer toda la masa”

Mateo 13,33

 

Muchas mujeres de fe juegan un papel fundamental y transformador al servicio del Reino de Dios.  Mediante su entrega, compromiso y ministerio, vienen y van anunciando, compartiendo y haciendo presentes sus valores de amor, vida, libertad, justicia, paz y bendición.  Con su presencia, testimonio y acción ejercen una influencia bienhechora y transformadora en la sociedad.  En nuestros pueblos tan dañados y traumatizados por las violencias, las injusticias, la inseguridad, el miedo y el sufrimiento, ellas son signos de vida y esperanza, son expresiones visibles del Reino de Dios que se va manifestando, creciendo y floreciendo en esta tierra.

 

Pero muchas mujeres han tenido y tienen que lidiar con actitudes de incomprensión, marginación y rechazo.  A menudo, desde ciertas posturas bíblico-teológicas y sistemas patriarcales dominantes, se les limita, bloquea o cierra la participación en el liderazgo eclesial y la pastoral.  Hay mujeres que siguen siendo relegadas, invisibilizadas o excluidas del ministerio, sometidas a un nivel de inferioridad.  Sin embargo, conviene recordar que, en el contexto centroamericano, como en muchos lugares del mundo, las iglesias son integradas mayormente por mujeres, quienes se constituyen en pilares fundamentales de las comunidades cristianas.  Con su fe activa, su trabajo comprometido y su firme esperanza, ellas animan, dinamizan e inspiran la vida y misión de la Iglesia, contribuyendo así a hacer presente el Reino en estas tierras sedientas y necesitadas de Dios.

 

Al meditar en esto, viene al corazón una sencilla e ilustrativa parábola dicha por Jesús: “El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en tres medidas de harina, hasta que hizo crecer toda la masa” (Mateo 13:33).  Jesús enseña sobre el crecimiento del Reino usando la imagen de un poquito de levadura que una mujer mezcla con la harina.  La buena levadura fermenta la masa y la hace levantarse, crecer y ensancharse para producir sabroso pan que sacia el hambre humana y nutre la vida.

 

Hay un par de inspiraciones –entre otras– que nos genera esta comparación.  La primera es que la gente que sigue a Jesús, desde la sencillez y pequeñez, con fe auténtica y comprometida con su proyecto de vida, es buena levadura, buen fermento, que tiene la fuerza para ir compartiendo y ensanchando el Reino a través de la irradiación progresiva de la luz, el amor, el mensaje y los valores que recibe del evangelio de Jesús.  Es fuerza transformadora en la sociedad que, con su vida, su corazón y sus manos va cooperando con el establecimiento del Reino de Dios en el mundo.

 

La segunda es el papel determinante de la mujer que realiza la acción dinámica y eficaz de seleccionar la buena levadura, mezclarla con la harina, amasarla y preparar el delicioso pan y otros productos sabrosos.  En una ilustración que nos inspira a reflexionar sobre el papel protagónico, significativo y de incidencia que como agentes de transformación muchas mujeres de fe juegan en la Iglesia, la sociedad y el mundo.

 

Al pensar que la parábola fue contada por Jesús, podemos evocar y celebrar a las mujeres que lo siguieron, acompañaron y compartieron su ministerio.  Mujeres como María, la madre de Jesús, Marta y María de Betania, la mujer samaritana, María Magdalena, Juana, Susana, y otras muchas que le seguían y servían.  Mujeres que, viviendo en una cultura patriarcal dominante, encontraron en la actitud de apertura de Jesús la restauración de su dignidad, de su humanidad plena y de su condición de igualdad con el hombre, como fruto de un nuevo orden libre de dominación (Driver, 2017, 20).  Fueron mujeres que participaron en forma plena en la misión de Jesús y el anuncio del Reino de Dios con su estilo de vivir, sus palabras, sus gestos, sus obras y acciones.  Varias de ellas siguieron a Jesús hasta la cruz y fueron las primeras testigas y mensajeras de la resurrección.  Con fe y entrega total cooperaron en la preparación y fermentación de la masa para la generación y el crecimiento de una nueva e inspiradora realidad: el Reino de Dios.

 

Y podemos rememorar brevemente a las mujeres de la Iglesia primitiva que participaron en la misión evangelizadora, pastoral, profética y diaconal, colaborando así con el crecimiento y desarrollo de las primeras comunidades de fe.  Mujeres fieles como Priscila, Febe, Junia, Lidia, Evodia, y otras más que ocuparon un lugar visible, protagónico y significativo en la vida y el ministerio de las nacientes comunidades cristianas.  Ellas llegaron a ser participantes plenas; “se ha señalado que el notable crecimiento de las primeras iglesias se debía en gran parte a ellas” (Driver, Juan: 2017,29). Puede decirse que el patriarcalismo se iba superando mediante una nueva relación comunitaria y espiritual, fruto de la nueva era mesiánica inaugurada por Jesús.  Ellas participaron en la acción de leudar y cocinar la masa que generó el desbordante crecimiento de la Iglesia a la que hoy pertenecemos.

 

A las primeras discípulas se suman las innumerables mujeres que a lo largo de la historia han participado en la vida, el crecimiento y la misión de la Iglesia.  Y hoy, al situarnos en el presente, necesario es reconocer a tantas mujeres que, como la mujer que preparó y leudó la masa para producir el pan, van proclamando y construyendo el Reino con fe y esperanza viva.  Son mujeres visionarias, atrevidas y revolucionarias que van contagiando a las demás personas y al mundo con los principios, valores y bondades del Reino de Dios.  En nuestro mundo, ellas esparcen esperanza, alegría, amor, solidaridad, bondad, generosidad, justicia, equidad, reconciliación y paz.  A través de ellas, la fuerza del evangelio penetra en el mundo para transformar la vida y la sociedad en la dirección de la justicia, el derecho, el bien común, la dignidad humana, la paz y la vida en plenitud.

 

Estamos en un mundo quebrantado, ensombrecido y dañado por tantas violencias en sus múltiples rostros, injusticias de todo tipo, conflictos políticos y sociales, corrupción y maldad, marginación y exclusión, empobrecimiento y sufrimiento. Causan tanto dolor y temor las injusticias, atropellos, crueldades, egoísmos e indiferencias que no ceden y que dejan incontables víctimas, mayormente entre las personas más vulnerables.  Sin embargo, como una fuerza contracorriente, hay gente fiel y de bien que se esfuerza por transformar la realidad y hacer presente el reinado de Dios.  Entre esta gente, están muchas mujeres de fe que son luces de esperanza, signos de vida, levadura y fermento de un mundo nuevo de esperanza, justicia y paz.  Son una fuerza dinámica e incontenible que influye en la sociedad y el mundo con su presencia y acción transformadora.  Con sus aportaciones, en donde todo parece incierto, sombrío, sin vida ni esperanza, van apareciendo los brotes de lo nuevo que va creciendo y dando buenos frutos.  A través de ellas, el bien se contagia, se propaga en nuestro mundo, dándole a todo un nuevo color, significado y sentido.

 

Esa es la fuerza del Reino de Dios.  Muchas mujeres (y hombres también) son instrumentos de ese dinamismo y poder transformador.  Eso es lo que son y hacen muchas mujeres discípulas y seguidoras de Jesús con su manera de vivir, su misión evangelizadora liberadora, su ministerio pastoral, su tarea educadora, sus voces proféticas, su papel de mediadoras en conflictos y agentes de reconciliación, sus luchas por los derechos y la dignidad de las personas marginadas y vulnerables, sus acciones de incidencia por la justicia y la paz.  A través de su accionar, muchas víctimas de violencias, discriminaciones y atropellos son empoderadas y hallan sanidad, liberación, restauración y redescubren el sentido de sus vidas.  Con su entrega generosa, su amor fecundo y su trabajo creativo buscan “el Reino de Dios y su justicia” y contribuyen a hacer de este mundo un lugar mejor, más justo, equitativo, incluyente y de paz, un mundo en donde todas y todos quepan y florezcan.

 

Afirmamos, pues, el papel fundamental y significativo de las mujeres en la vida, misión y acción pastoral de la Iglesia.  Ellas son llamadas, dotadas y afirmadas para un servicio misional y pastoral pleno por la causa del Reino, en donde “ya no hay varón ni mujer” (Gálatas 3,28).  Bien dice Juan Driver, un teólogo y pastor menonita: “El Espíritu Santo reparte con liberalidad los dones sin distingo de sexos, es decir, sin importar si somos mujeres u hombres, sin respetar las sensibilidades sociales dominantes y marginadoras de la mujer” (Driver, 2017, 41).  Con sus dones, su creatividad y sus capacidades, las mujeres enriquecen y dinamizan el liderazgo, la tarea misional y la pastoral.  Sin su participación, la vida de las iglesias y el trabajo por la causa del Reino no podrían ser lo mismo.

 

En síntesis, Dios ha llamado e involucrado a mujeres de fe en el gran proyecto de su amor dinámico y transformador.  Es el proyecto de los esfuerzos continuos de Dios para salvar, sanar, restaurar, renovar y transformar a la humanidad y toda la creación.  Dios las ha invitado a formar parte de algo histórico, grande, hermoso que se está llevando a cabo en Su creación: la construcción de su Reino de vida, justicia, equidad, alegría, bienestar, libertad, bendición y paz.  ¡Así es!  Ellas son levadura de un Reino de vida, fermentos de un mundo de paz.

 

 

Algunas lecturas sugeridas:

 

Craddock, Fred B. Philippians, Atlanta: John Knox Press, 1985.

 

Driver, Juan.  Mujer y Hombre: Imagen de Dios. Interpretación Cristocéntrica.  MTAL, 2017.  https://anabaptistwiki.org/mediawiki/index.php?title=Driver,_Juan._%22Mujer_y_Hombre:_Imagen_de_Dios.%22_2017.

 

Kroeger, Richard y Catherine. “The Other Disciples”, en Reta Halteman Finger y Kasri Sandhass, eds, The Wisdom of Daughters: Two Decades of the Voice of Christian Feminism, Philadelphia: Innisfree Press, Inc., 2001.

 

Moya, César. Mujeres y Obispado: a propósito de 1 Timoteo. Quito, Ecuador: CLAI, 2008.

 

Soto, Elizabeth. Hacia una Teología de la No Violencia desde el Testimonio de Jesús: Enfrentando la Violencia Familiar desde la No Violencia de Jesús. Guatemala: SEMILLA, 2009.

Swartley, Willard M.  Slavery, Sabbath, War and Women: Case Studies in Biblical Interpretation, Scottdale, PA: Herald Press, 1983.